lunes, 8 de marzo de 2010

El sauce llorón

“Lagrimas junto al arroyo”

Un día de primavera, junto a un curso de agua, apareció rebosante una plantita. Pronto llamo la atención porque se desarrollaba lozanamente.

Y no era para menos. Junto al arroyo, lejos de toda molestia, rodeada de paz, humedad y sol… Los grandes árboles vecinos la llamaban LA PLANTA ALEGRE.

Meses más tarde encontró en el curso del agua un espejo, donde no se cansaba de mirarse y admirarse de su ágil y larga cabellera verde.

¡Que felicidad le producía ver su esbelta figura, reflejada en el agua!

Aparentemente no sentía las cosquillas de la envidia, total, tenia todo lo que podía ambicionar y no necesitaba de nadie ni de nada.

Tan ensimismada estaba LA PLANTA ALEGRE, que hasta ignoraba si existían otros árboles… Durante las horas de luz, se pasaba admirando su figura en el espejo de agua que se deslizaba a sus pies; muchas veces su frondosa cabellera se veía rodeada de nubes viajeras, que tejían en sueños…

De vez en cuando, hojas secas se desprendían y eran transportadas por las aguas cantarinas, cual barquitos que buscan un puerto…

Durante un día nublado, ya que no se veía bien reflejada, tuvo una idea que la desorientó. Quizo levantar sus ramas, mirar lejos, como quien anhela nuevos horizontes. Quizo descubrir lo que le rodeaba, pero no le fue posible, a pesar de que lo intento varias veces. Sus ramas, como cansadas, seguían acariciando el arroyo. Pensó en pedir ayuda a algún vecino, pero su orgullo se lo impedía. “¿Quién me puede ayudar a mi?”, soñaba angustiada.

Un escalofrío de tristeza sacudió su existencia.

Su encanto natural se desmorono al escuchar risas y comentarios de los arbustos vecinos y también de más de un árbol gigante y sobrador, que inspeccionaba todo desde las alturas…

La brisa agito una vez más las largas ramas de LA PLANTA ALEGRE, en las aguas cantarinas, que luego, pausadamente dejaban caer lágrimas de impotencia porque ya no podía erguirse para apreciar lo que le rodeaba… Desde entonces ya no sueña con mirarse en el espejo del arroyo.

Hoy, todos los que lo ven le llaman “SAUCE LLORON”.

 

En la vida de los hombres sucede algo parecido. El egoísmo, salpicado de vanagloria, le impide al ser humano realizarse en si mismo, en la familia y en la comunidad.

Cuando no descubrimos y no aceptamos al mundo que nos rodea terminamos lamentando y pateando nuestra propia existencia y quien se encasilla en si mismo y se desgasta en lamentaciones, no vive… Ni ayuda a vivir y amarga la existencia de los que lo rodean.

La moraleja de esta fábula del “SAUCE LLORON” proyecta la invitación de abrir el corazón y los brazos en gestos solidarios de bondad y superación.

Jesús nos anima y enseña: “Ustedes son la sal de la tierra… Ustedes son la luz del mundo… No se enciende una lámpara para esconderla, sino para colocarla sobre el candelero y así ilumine a todos en la casa” (Mateo 5,13).


01/03/2010


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